A veces queremos escondernos del mundo, e interponemos un antifaz entre el rostro de nuestro corazón y las demás criaturas. Yo lo usé demasiado tiempo, y se transformó en una oscura máscara, que cubría todas y cada una de mis expresiones. No me la quité. Me sentía feliz de mi coraza de la que me creía dueña, y que pensaba controlar. Pero... no se detuvo allí. Se convirtió en un disfraz, que me ocultaba aún más.
Actuaba de forma contraria a la mía, y finalmente... ahogué mi mitad, la que decía mi verdad, de la que no puedo decir nada, pues no lo recuerdo. Simplemente, se desvaneció. A veces vuelve, pero al poco tiempo desaparece, y se va lejos de mí, fuera de mi alcance. Es... una estrella muy difícil de alcanzar. La distancia que nos separa es cada vez más grande.
Ahora el mundo conoce a una desconocida, y me es imposible despegarlo de mi cuerpo.
Pero un día, no intentaré alcanzarla sólo con mis manos. Y tampoco con el resto de mi cuerpo. Usaré algo distinto, que no tiene nombre. Será mi gran escalera, hecha de un equilibrio entre luz y oscuridad, entre alegría y tristeza, entre nerviosismo y tranquilidad... simplemente, la mitad, pero sin quedarme quieta en un punto, avanzando o retrocediendo de vez en cuando... pero como yo quiera, no como les guste a otras personas.
Porque, al fin y al cabo, sólo quiero ser yo. Nadie más, tan sólo yo. Puede que pasado el tiempo necesario, el disfraz se convierta en un simple velo que me ponga cuando lo necesite.

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