El viernes pasado fui de excursión con la escuela a un Parque Natural, protegido. Todo fue maravilloso hasta... la hora de comer. Los profesores nos permitieron ir por donde nos apeteciese, y, después de comer, unas amigas y yo nos internamos en el bosque, hartas ya de los gritos de nuestros/as compañeros/as. Andamos por una zona no muy frecuentada por los demás, y nos pusimos muy contentas hasta que... vimos los metales. Cada cinco metros, como máximo, había una lata, un muelle (grande, de más de dos metros) u objetos por el estilo. Y todo oxidadísimo. Encontramos unas madrigueras de ratones, y esta vez, en las latas estaban ensartadas piñas, para que los animalitos, al intentar cogerlas, se cortasen. Cogimos tantos objetos como pudimos, y nos los llevamos, pero llevábamos como mínimo un cuarto de hora de retraso, pues los profesores la habían fijado para volver a casa y poder coger el tren. Dos de nuestros compañeros, cuando nos vieron, tenían una mirada alarmante. Nos dieron nuestras mochilas, y, cuando volvimos al tren, uno de ellos se sentó con nosotras.
Resultó que habían encontrado nuestras mochilas en medio del bosque (nosotras las habíamos dejado donde todo el mundo, sobre una explanada de rocas), al lado de un conejo con la cabeza colgando, y un enorme muelle oxidado enroscado en el cuello. Espeluznante, pero aún no habéis oído lo que nos contó después. El chico había pasado de la orden de los profesores, y en vez de comer, había subido a unas ruinas. Allí encontró todo un matadero. Animales mutilados, moribundos, o muertos. Y trampas para osos. Vio que alguien arrastraba a un corzo muerto, y salió corriendo. Pasó por el bosque, y, cuando vio nuestras mochilas, avisó al otro, y se pusieron como locos a buscarnos.
Una horrible aventura, podríamos haber salido mal. Yo ahí no vuelvo ni loca.
Ciao.
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